Thursday, June 2, 2022

El atentado

 16 de septiembre (de 1897).

Al entrar a comer en un restaurante, me dan la noticia del atentado de esta mañana ¡contra el Presidente de la República!

Parece que el hecho fue inopinado y brutal. Llegaba el Presidente al Pabellón Morisco de la Alameda, de uniforme, rodeado de los miembros de su gabinete y de los de su Estado Mayor, caminando por en medio de una valla de tropa de línea armada, cuando al entrar en la Alameda un individuo [Arnulfo Arroyo] mal trajeado y sin arma ninguna en la mano, según se vio después, rompió la muralla humana, la valla de soldados y con rapidez incontestable echóse encima del Presidente, a quien golpeó en la nuca con los puños. Fue tan violenta la agresión, que nadie pudo estorbarla; el Presidente, a pesar de su fortaleza corporal, vaciló y perdió el sombrero montado que rodó por los suelos.

Todo fue instantáneo. En seguida los oficiales del Estado Mayor sujetaron al agresor, y cuando alguno de ellos trataba de desnudar la espada para ultimar sin duda al delincuente, tuvo el general Díaz un altísimo rasgo de valor personal y de conciencia de su puesto: impidió el inmediato y merecido castigo con ademán sobrio y estas palabras memorables, que mucho lo honran:

—¡A este hombre sólo la ley puede tocarlo!

(Hay que reconocer que en identidad de circunstancias, no digo yo un Presidente de República, militar y vestido de uniforme, cualquier hijo de vecino, con la sangre subida a la cabeza por la agresión, habría castigado hasta con sus propias manos).

El individuo en cuestión, que develaba hallarse alcoholizado, fue conducido por la policía hasta la guardia del Palacio Nacional; el Presidente siguió hasta el Pabellón Morisco, donde se conmemoraba nuestra Independencia: la conmemoración se llevó a término, observándose los números todos del programa, aunque los ánimos no estaban bien dispuestos, y la noticia del hecho se propagó por la ciudad con velocidad grandísima y comentarios exagerados que producían estupores, alarmas y qué sé yo cuántos sentimientos más.

--- Diario de Federico Gamboa


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